[Futuro esplendor] Poemas de Alexander Masoliver

Una voz se satura en la descripción de los objetos que mira o toca. La subjetividad se desborda y lo fenomenológico cede al barroco. Sílabas proliferan, se acumulan, producen un exceso que desborda el dique del sentido. ¿Qué acontece en esto que se abre? Flamante ganador del Premio Fluxus (organizado por Revista Origami), Alexander Masoliver hace espacio en estos poemas (de su libro inédito Moho) para una experiencia del lenguaje. Entren.

 


 

I

la moral
que desciende
oscura aquí la enormidad
rosácea las mejillas quemadas de fósforo
desvencijarse tiznadas de fierros oxidados
ojeras se derraman bífidos rizomas
sobre esas brisas escritas
bautizadas por ti con ese nombre

arrugas

y me avientas tu mano
diciendo

hola

desde lejos aparece el cabo
de las angustias serpenteado asoma
prístino el aire
al contacto de la luz de la pantalla torna estático

no tañas pues
me con píxeles
límpidos esfínteres calculados engrudos de luz
merece nadie tal palpar tan obsidiano

aléjame pues tales placas

hipoxia
descenso por las cuestas
pende mi carácter fluxible

rodeado de paredes no puedo ver ni escribir
ni desencriptar
eso que en esta oscuridad a jirones se extruye

manos quemadas
por ese aire de poros digitales
la nuca tensa doliente cruciforme
me avisa el tiempo de mi conexión

 

 

 

§

 

 

 

II

apenas te toco los dedos en esta fría tarde se rehúsa a recibir tal juicio
siento la tibieza te ahorco ese dedito frágil laxo derramado dentro de la piel que vistes
de rodillas los labios de azándar te mimo los motores todos se detienen en lontananza gimen
parece una muerte en curso las nubes la tapa del ataúd que soñamos

anudo mis balidos a las paredes del encierro gruñido orgullosa musitación mantra
golpeando mi cabeza contra las llagas que a la cal he infligido
y mis lágrimas de cautiverio ruedan por los meandros el vapor los rieles musarañados
sarmientos que las palabras que te he dedicado tan dulcemente han impreso

pero no —pronto no acabará el mal que languidece allende estas ventanas
atravesados sin piedad los polos los zarcillos entumecidos por un océano de achaques
mis manos agrietadas gracias al jabón color de ipomeas se levantan al cielo imprecan iridiscentes
no cae sino agua espesa ciliada cual pasiflora y gris con ese intenso olor a lavanda—

traduzco los labios del destino al correr los vientos secos crujientes autumnales
mi cabeza asoma todo lo que puede por esa ventana apenas deja entrar la mañana apenas la brisa
me reza lo poco que nos quiere la historia nos odia nos despide desea nuestro exilio
no hay más mundo que el mundo aunque adventicio aceptarlo no hay otra opción

te pido que cantes algo de cuna o de cama en voz bajita casi inaudible te ruego te traiciones
dejes de rugir y que el paño fértil al que el destino está confinado sea futuro nuevo
la conciencia me queda de tu trova tierna mas no le hallo parecido a nada así que confío
y confiar es la vianda mortecina extremaunción en el claro de la historia

un ave vuela rápido frente a ese pintarrajeado de mierda el ventanal solo diviso su sombra
herir la retina deja la estela de cuerda de violín me parece oírlo como apareándose
en un cierto coito que me hiere la espalda estelar matutina gélida
siento cada una de mis vértebras predecir la enfermedad que me rodea

vaho borgoña asoma intempestivo en mis sienes sin que haga fuerza irriga la huella del cabello
mientras se resquebrajan las horas de mi billetera vacía e inmóvil arrastra sus mechas
de bruja me dicen que espere a que puedas tocarme de verdad tocarme a golpes sorbos sónicos
que las yemas de tus extremidades deshagan el aerosol de sangre sobre mí

 

 

 

§

 

 

 

III

lobreguez esa
lánguidas miradas de gotas secarse en la piel y perderse
en el ritmo de la atmósfera —para siempre—
cascarria blanquecina de agua fugarse sobre las cucharillas
en la cocina

abrazo las tres dimensiones
simulo la despedida
al mismo tiempo protesto
desvisto mi ira
desnudo en mí estrecho mi rencor

me acuesto solo y no cabe
ninguna mayúscula alguna vez puesta en mis sentires
en este ataúd de dos plazas

troco mi torso por historias que he desparramado
por todo el espacio
regué con sangre toda la extensión
lo que sea para retrasar mi cuerpo aquende la puerta

 

 

 

§

 

 

 

IV

agrédeme el segante sonido de las espigas allá lejos se esconden de mi figura
sol hace saltar cada uno de mis poros melanomas largas sombras oncológicas
cáncer que nunca termina de metastatizarse torno carcome el yeso de mi piel
brotan calas mustias hialografía de escamas expulso cuando estiro los contornos
sufro los síntomas de algo que no conozco me hace saltar como disco mellado
tronchados los huesos de tanto golpear cuchillos mucho me duelen mucho
algo canta lejos donde las espigas me cortan la circulación de mis letras musito
tres palabras las rezo
el rezo se queda fijo
coro medieval
sacro mugido emana mis estigmas escaradas creo que me desmayo
lipotimia angélica sin mensaje sin diagnóstico nada
me dicen los médicos que convoco con los libros me canta la bocina del retén
caigo entre dos de esas tres palabras quedo acurrucado que pase lo que tenga que pasar
zorzal picotea las llagas ríe sonoramente escalofrío y lloro
mediodía sine die soporto las cruces las tildes del salmeo

 

 

 

§

 

 

 

V

me obsede la pregunta

oigo no sé por qué una turbina negra rampante rayar el horizonte de mi ventana

resuelto ruido firme no
fondo lejano desenfoque gaussiano
motor iracundo rugiendo tras una almohada se ahoga patalea por pervivir
reverbera persistente en el contubernio de mis pabellones
luces biseladas los visillos tiznados quedan por su sonar

autopista adyacente a la puerta no
no protagoniza el ruido
aeropuerto semeja hacer su islámica plegaria
hállome lejos sin embargo de esos aviones
sino su gritar próximo a mis entrañas

no
hay audífono que de ese ruido trance frívolo me exima
no
hay volumen que alcance a tapar el hediento hocico dientes torcidos la máquina
el ruido se encuentra dentro mío llamándome la atención de algo
quizá
veo el barullo lejano mas está cabe mí so mí y duerme
quizá

temo mi facial lividez leporina cuando cruce este umbral

 


Alexander Masoliver Aguirre (Iquique, 1990). Cientista político, estudiante del programa de Doctorado en Filosofía, mención Estética y Teoría del Arte de la Universidad de Chile.

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