Madrecitas (Barnacle, 2017)
El último libro de Valeria Cervero (Buenos Aires, 1972) nos expulsa de la comodidad para retroceder en nuestros propios pasos hasta la primigenia relación Madre-Lenguaje. ¿Qué de esa protocultural intervención nos devuelve la poesía? ¿Cómo disponer del cuerpo tras el despegue, tras la invención de lo propio?
En las palabras de contratapa, Ariel Williams dice “esta lengua desagrega al ojo que lee, y lo obliga cada vez a desleer”. Me interesa mucho ese procedimiento de lectura, que sólo se da cuando la obra opone una resistencia sustancial. Una poética que busca en el lector un punto de apoyo para destejerse (asumiendo el riesgo de disgustar), resulta todo un desafío. En tiempos en que las producciones humanas tienden a priorizar la captación de los otros (cuanto más masivamente, más “éxito”), un libro de poemas que “desagrega al ojo que lee”, que le delimita el territorio y le marca una distancia para que —si lo acepta— transite en busca de su propio desarme, se vuelve un artefacto fuertemente político. Es decir, siguiendo a Rancière, político en el sentido en que el arte cuestiona la organización del espacio y del tiempo de una comunidad.
tar ta nmudez del alma
siglos enteros de gritocuerpos
espacio cuerdo
se vaen
dolor
El espacio es esencial en esta obra. No sólo por la danza de las palabras en la página, sino por poner en cuestión al cuerpo como espacio de lo dado. El cuerpo del poema que debería cumplir con una ocupación y una gramática, el cuerpo del sujeto que debería autorreconocerse en las identidades preestablecidas, todos espacios de la lengua de los cuales la escritura de Cervero se corre. Tartamudea, desorganiza el decir esperable, facilita la mala lectura al tiempo que ciertos versos tachados exhiben el fracaso de la corrección (la equivocación como escape de la doxa).
buen
to bien
buen
ticuermpo que
fue
to
bien buen
to
vozdevozdevoz
Lo “bien” dicho resulta estéril, y el cuerpo de la madre se desdobla contrario a la compactación del pensamiento teledirigido. La madre es resistencia y renovación. Como si un viento nos desacomodara los signos, así los poemas nos “desagregan” de la linealidad. Cuando el cuerpo materno, herencia transformadora, se vuelve una lengua que habilita la definición de lo propio, ahí la poesía estalla en su plenitud. Asumir la fuerza del cuerpo-palabra emancipado y su productividad estética es una de las invitaciones que nos hace Madrecitas. Pequeños nacimientos de lo genuino, visiones de una existencia que no depende del lector ni requiere de él una construcción, sino todo lo contrario.
DIEGO L. GARCÍA (Berazategui – Buenos Aires, 1983). Profesor en Letras, egresado de la Universidad Nacional de La Plata. Escribe poesía y crítica literaria. Entre sus publicaciones se encuentran: Fin del enigma (Editorial Municipal de Berazategui, 2011), Hiedra (La Luna Que, 2014), Ruido invierno (La Luna Que, 2015) y Esa trampa de ver (Añosluz Editora, 2016). Su blog es: http://margendelpoema.blogspot.com.